The Frankenstein Chronicles

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He tardado en comenzar a describir esta serie que a mi gusto ha sido de las más hermosas que han salido en los últimos tiempos. Nos la da de nuevo Netflix.
Bella amalgama de inspiración en un clásico, terror psicológico, amor y romanticismo y hasta un poco de buena investigación de true crime. Cada capítulo es un delicioso bocadillo para saborear y disfrutar a lado de algún amado en una tarde nublada.

Si gustan ambientarse con un poco del soundtrack para leer esta reseña, les dejo este link, la verdad no tiene desperdicio. Es el de la serie.

Antes que nada, vale la pena reconocer los múltiples intentos por dar vida al monstruo que con tanta potencia se ha quedado en la imaginería de la sociedad moderna como el símbolo de lo peor que nos puede representar como humanos, y a la vez del producto de las ambiciones y búsqueda por satisfacer su curiosidad de otros más perturbados aún, que solo se mueven por intereses superficiales y de poder; el monstruo fabricado por el Dr. Viktor Frankenstein. Sin embargo la mayoría de dichos intentos desde el cine, series mediocres, o hasta animaciones infantiles terminan yéndose por la letrina con malas actuaciones, o direcciones exageradas o efectos especiales totalmente primitivos. Y contando una historia exagerada hacia lo mucho que sufre el monstruo como víctima o enredos sin razón en los que se pierde de vista el objetivo totalmente.

Hasta que por fin llega una producción que, sin mucho afán de pasar a la historia ni con el capital suficiente para una poderosa inversión en publicidad, se cuela a través de la vía streaming como una de las mejores versiones de lo que muy posiblemente la autora Mary Shelley intentó plasmar en su libro.

La serie cuenta con una fuerte documentación para desarrollar una historia que atrapa, siempre con un halo de misterio a través de la constante niebla londinense que es como el aire que respira todo el tiempo la ciudad, personajes llenos de culpa y corazones rotos ya sea por otros que aún pasan delante de ellos pero no los voltean a ver o por cosas que no lograron culminar o incluso a decir antes de una trágica partida. Es decir, la esencia de la serie es el romanticismo, ese que tanto cautivó a miles o millones desde aquellos tiempos en los que Shelley curioseaba por salas de medicina en donde se exhibían cadáveres como todo un espectáculo, lleno de morbo o en su mejor versión, ganas de saber cómo funcionaba el cuerpo humano.

Efectivamente estos experimentos en los que se practicaba con cuerpos humanos, existían y eran muy frecuentes. ¿De dónde se sacaban los cadáveres? Pues bien lo narra la serie, los colegios de medicina o profesores pagaban a personas que, eso sí casi siempre de manera ilegal, conseguían los cuerpos de personas recién enterradas o cuerpos de indigentes a los que nadie reclamaría; y estos profanadores cobraban buenas cantidades de dinero por cada cuerpo vendido. Esto lo relataré con más detalle en la cuenta de Twitter.

Los personajes están muy bien elegidos, dejándonos ver cada uno su propia historia de modo interesante pero no transparente del todo, cada uno muy bien desarrollado, trazan bien la cruel realidad de aquella época en la que predominaba el hambre y la miseria, no parece haber ninguno totalmente bueno o totalmente malo, cada uno deja ver sus características, alguno de ellos no por ser el más puro de corazón, noble y valiente al defender a los débiles, carece de imperfecciones; estos también pecan, a su modo y quizá en otras circunstancias, pero lo hacen.

Sean Bean interpreta a John Marlott, un muy atormentado y solitario detective, al que el cuerpo de policía ha ido relegando poco a poco, pero que gracias a un nuevo Ministro interior con buenas conexiones en el poder y con mucho qué perder, consigue un importante caso muy peculiar y que no conviene que se haga público. El ministro le pide dar con el culpable a modo muy discreto. El cuerpo de la víctima tiene señales de estar «armado» de varias partes humanas de aproximadamente 8 niños.

Al seguir las pistas el detective en compañía de un fiel asistente de raza negra y de apellido Nightingale (tal vez sea esta la licencia más creativa que se tomaron, claramente por corrección política) comienza a dar con una serie de macabros descubrimientos que más allá de ser fantasiosos o exagerados, dan ese toque de terror y asombro que encajan muy bien para que la historia siembre aun más misterio y curiosidad.

Cada capítulo tiene algo asombroso o impactante qué contarnos, o incluso cuando no cuenta algo muy relevante, nos da un muy hermoso vistazo a lo que esa ciudad vivía día con día, junto con sus personajes.

La amalgama que lograron los guionistas y director al retomar la novela de Mary Shelley, eligiendo a un personaje atormentado como lo fue en la vida real el prisionero en quien se cree que se inspira la historia, mezclando con muy buena documentación sobre esos acontecimientos reales y tan crudos para estudiar medicina y¡ todavía incluyendo a la misma escritora Mary Shelley como un testigo importantísimo para lo que nos cuentan!, termina siendo en vez de un monstruo, un resultado perfecto que mezcla historias de amor (de varios tipos), con drama, terror psicológico, también algo de gore pero también con lugar a una enorme melancolía.

 

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